Ser joven salesiana frente a la influencia de la sociedad

A veces me detengo a pensar en todo lo que me rodea. Vivo en una sociedad que se mueve rápido, que cambia de opinión a diario y que exige perfección, éxito y bienestar constante; y siendo sincera, hay días en los que me siento fuerte y capaz, pero en otros me siento perdida, cansada, como si no encajara.

Soy una joven de tercero de Bachillerato y, como muchas de mi edad, tengo sueños, metas, miedos, inseguridades y muchas ganas de ser feliz. Deseo encontrar mi lugar en el mundo, hacer las cosas bien, sentirme libre y segura de mí misma; sin embargo, el camino no siempre es fácil, sobre todo cuando la sociedad intenta dictarme: ¿cómo debo ser o qué debo pensar?

En ocasiones, parece que si no sigues a la mayoría, no serás aceptada; si no piensas o actúas igual, te ven raro o te excluyen. En redes sociales, todo parece «perfecto», lleno de sonrisas y felicidad, pero en la vida real, a menudo hay dolor oculto detrás de esas imágenes; lo he visto y sentido, y sé que muchas otras chicas también.

Se habla mucho de libertad en este mundo, pero a veces se vive una esclavitud disfrazada y me he dado cuenta de que hay ambientes donde «vivir la vida» es hacer cosas sin pensar en las consecuencias, bajo lemas como «un día a la vez» o «vive como si fuera tu último día»; son lugares que ofrecen experiencias emocionantes, pero que te alejan poco a poco de ti misma. Conozco personas que, por presión, tristeza o por no quedarse solas, aceptan situaciones que en el fondo no querían, y luego no saben cómo salir.

Yo misma he sentido esa presión: la de encajar, la de no decepcionar a nadie, la de parecer «madura» o «liberada»; he tenido momentos en los que me he preguntado: «¿Esto es lo que realmente quiero para mí, o solo lo hago para no quedarme sola?».

Hay decisiones que cambian vidas; algunas son buenas, pero otras, aunque parezcan pequeñas, pueden desviarnos; además, sin dar nombres ni detalles, sé que hay chicas que han perdido el rumbo por dejarse llevar; los vacíos emocionales no se llenan con salidas, fiestas o promesas de alegría instantánea, ya que estas solo dejan heridas profundas.

En medio de todo esto, tengo la suerte de haber crecido en un ambiente diferente: el mundo salesiano. Desde que llegué a este colegio, he aprendido que no estoy sola, que mi vida y mi historia importan y, Don Bosco, aunque vivió hace muchos años, soñó con jóvenes como yo: alegres, pero también heridos, confundidos, con ganas de un abrazo o de una palabra de aliento.

Aquí no me han tratado como un número, sino como una persona; me han escuchado, guiado y dado oportunidades. He conocido educadores y compañeros que me inspiran, y he aprendido que puedo caer, pero también levantarme; y que está bien tener dudas, pero nunca debo dejar de creer en mí.

Gracias al carisma salesiano, he descubierto que vivir con fe, valores y amor no es aburrido ni anticuado; al contrario, me hace sentir más viva, fuerte y libre, porque no necesito seguir modas para tener valor, ni lastimarme para sentir algo, ni apagar mi luz para brillar entre otros.

Sé que la sociedad me influye: a veces para bien, y otras no tanto; me influye cuando me hace dudar de mi cuerpo, mi voz o mis decisiones, pero también me influye positivamente cuando veo mujeres luchadoras, jóvenes comprometidas, personas que hacen el bien sin esperar nada a cambio, y cuando veo gestos de solidaridad, justicia y esperanza.

Por eso, decido quedarme con lo bueno: elijo cuidarme, proteger mi mente, mi corazón y mi cuerpo, prefiero hablar cuando algo me incomoda y tomo la decisión de decir «no» a lo que me aleja de mi esencia, aunque eso signifique ir contra la corriente, porque mi dignidad vale más que cualquier momento de «aceptación falsa», y sé que fui creada para algo grande, no para perderme en lo que duele o destruye.

Hoy, como mujer, como joven y estudiante salesiana, afirmo que la sociedad me desafía, me cuestiona y a veces me asusta, pero también me invita a elegir, a levantar la voz y a no quedarme callada; y yo escojo vivir con sentido: quiero rodearme de personas que me respeten, me impulsen y me hagan bien; y, asimismo, asumo el compromiso de cuidarme a mí misma y a los demás, y además me inclino por construir, amar, escuchar y ayudar.

Sé que no todo será fácil y que a veces sentiré ganas de rendirme, pero también sé que tengo herramientas, personas y, lo más importante, fe; y eso me da fuerzas para seguir.

«Si queremos que los jóvenes se corrijan, procuremos alejarlos de las malas compañías, darles buenos consejos, y sobre todo, estemos con ellos, convivamos con ellos, hagamos que nos sientan cerca. La sola presencia del educador entre los jóvenes es ya prevención, porque el muchacho, sabiendo que es observado con amor, no se atreverá a hacer lo que no debe».
Carta de Don Bosco desde Roma a los salesianos y jóvenes del Oratorio de Valdocco, 10 de mayo de 1884

Autora: Gissel Angulo Cuero – miembro investigador del CIRC
Asesor: MSc. Elio Ramírez Rubira – director del CIRC

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

This field is required.

This field is required.