Para Ignacio Alcívar (31), exvoluntario salesiano y actualmente animador y coordinador de la Pastoral de la Unidad Educativa Salesiana Cardenal Spellman, hacer Misiones de Navidad no es una actividad ocasional ni una tradición que se repite año tras año. A través de estas experiencias, ha encontrado una forma concreta de vivir la fe, el carisma salesiano y de compartir esperanza con quienes más la necesitan.

A los 14 años realizó su primera Misión de Navidad cuando formaba parte del grupo juvenil de la parroquia María Auxiliadora de Esmeraldas. Allí recorrió barrios y sectores aledaños para organizar agasajos dirigidos a niños y jóvenes. En ese proceso, Ignacio descubrió que sus dones —el canto, las acrobacias y los malabares— podían convertirse en un puente para generar empatía, cercanía y alegría. Esas vivencias le permitieron comprender el valor de brindar esperanza y de hacerse presente en la vida de otros, especialmente de quienes viven situaciones de olvido o vulnerabilidad.

Aprendizajes que dejan las Misiones de Navidad

Con el paso de los años, las Misiones de Navidad le dejaron aprendizajes profundos. El primero es que siempre se necesita de la ayuda de alguien para llevar adelante la actividad y el segundo está en la importancia de poner tus dones personales al beneficio de los demás. Ignacio reconoce que las capacidades que cada persona recibe de Dios pueden convertirse en un medio para que otros se sientan felices y amados por Jesús. En la misión, esos talentos adquieren un propósito que va más allá de lo individual.

Entre los recuerdos que más han marcado su vida, Ignacio destaca las misiones realizadas en las localidades como Checa y Otón de Vélez, donde fue testigo de la realidad de niños y familias que viven alejados y muchas veces invisibilizados. Sin embargo, la experiencia en Tandapi, parroquia rural del cantón Mejía, ocupa un lugar especial en su memoria. En esa zona, detrás de la vía principal, pudo visitar comunidades que están escondidas detrás de las montañas, que agradecen con cariño el hecho de que se acuerden de su gente. Allí, la misión cobró pleno sentido, al ir al encuentro de los más vulnerables y de aquellos que no se ven a simple vista, pero que necesitan una presencia que anime y acompañe.

Motivar a los jóvenes desde la experiencia

Desde su rol como animador pastoral, Ignacio también ha sido testigo del impacto que estas experiencias tienen en los jóvenes. A través de encuentros formativos, espacios de oración, trabajos en grupo y actividades solidarias, los jóvenes se preparan para vivir la misión como un proceso integral. La organización de actividades para recaudar fondos, la planificación de salidas solidarias y el contacto directo con realidades vulnerables fortalecen en ellos el deseo de ayudar y de comprometerse con el otro.

Estas vivencias aportan de manera decisiva a la construcción del proyecto de vida de los jóvenes. La misión los impulsa a pensar en su futuro profesional desde una perspectiva humana y cristiana, inspirada en el ideal salesiano de formar buenos cristianos y honestos ciudadanos. Además, regresan con un corazón alegre y con la convicción de que la realización personal no pasa únicamente por el éxito económico, sino por la capacidad de seguir ayudando y sirviendo a los demás.

Para Ignacio, realizar una misión de Navidad cada año siempre vale la pena. En primer lugar, porque para muchos niños y niñas puede ser la única ocasión en la que experimentan una alegría tan profunda. En segundo lugar, porque quien sirve también se siente realizado al saber que está haciendo el bien y compartiendo esperanza. Y, finalmente, porque la misión es una forma concreta de preparar el corazón para acoger al Niño Jesús, recordando que la Navidad se vive plenamente cuando se transforma en amor y servicio hacia los demás.

Cristian Calderón
Oficina Salesiana de Comunicación