Otra Navidad existe: el Niño Jesús que nace en el camino

Según datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), más de 20 millones de personas en América viven actualmente en situación de desplazamiento forzado, refugio o necesidad de protección internacional; y alrededor de 47 millones, se encuentran en condición de movilidad humana, muchas de ellas provenientes de contextos de pobreza, violencia y desigualdad.

Para familias enteras, niños y jóvenes que cruzan fronteras cargando sus mochilas y el peso de un sistema que les niega oportunidades, la migración se vuelve una estrategia de supervivencia. Desde este contexto, la imagen del Niño Jesús migrante interpela nuestra fe: no se trata solo de «acoger» desde la caridad, sino de reconocer que las causas de la migración son estructurales y exigen justicia.

El nacimiento de Jesús ocurre en un contexto adverso, lejos del hogar, sin condiciones dignas, y muy pronto se transforma en una experiencia de huida forzada. Jesús, junto a María y José, se convierte en migrante, en refugiado, en extranjero que busca protección para sobrevivir. Esta dimensión del relato evangélico, nos confronta con una verdad profunda: Dios eligió nacer en medio del desplazamiento, del miedo y del desarraigo. Entonces, la Navidad no es solo memoria del pasado, sino un espejo del presente.

En cada familia migrante, en cada niño, en cada madre que protege a sus hijos en condiciones extremas, resuena el eco del pesebre. Porque en esta Navidad, Cristo continúa naciendo ahí, en las periferias humanas, donde la vida es más vulnerable y la esperanza parece frágil. Jesús no nace en un lugar seguro ni permanece protegido en su tierra; al contrario, su infancia está marcada por el desplazamiento y la amenaza. Esta experiencia lo une profundamente a muchos de nuestros destinatarios que huyen de la violencia, cruzan fronteras buscando seguridad, o que enfrentan políticas migratorias restrictivas, como ocurre actualmente en Estados Unidos. El Papa Francisco fue contundente al señalar que «Jesús mismo vivió el drama de la inmigración forzada» y que «la Sagrada Familia de Nazaret, en su huida a Egipto, es el modelo de todos los refugiados de ayer y de hoy» (Mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, 2020).

En América Latina, la migración y el refugio se han convertido en una realidad cotidiana que interpela a la Iglesia y a la sociedad. Países de origen, tránsito y destino conviven con historias de dolor, pero también de resiliencia. Frente a este escenario, la Familia Salesiana ha respondido desde su carisma educativo y pastoral, ofreciendo más de 213 espacios de acogida, acompañamiento y promoción humana. En diferentes países del continente, parroquias, oratorios, centros juveniles y obras sociales salesianas se han transformado en lugares donde los migrantes encuentran no solo ayuda material, sino también escucha, formación, contención emocional y oportunidades para reconstruir su proyecto de vida. Fieles al espíritu de Don Bosco, los salesianos han optado por estar presentes donde la niñez y la juventud migrante enfrentan barreras culturales, económicas y sociales.

En Ecuador, estas iniciativas no siempre se presentan como programas exclusivos para refugiados, pero se convierten en verdaderos espacios de integración, donde la dignidad humana es reconocida y promovida. Muchos migrantes participan activamente en iniciativas sociales, educativas y pastorales, encontrando en ellas un espacio de acogida y pertenencia.

Estos días son el tiempo propicio para reflexionar sobre cómo nuestro trabajo – desde el escritorio o en territorio – pueden abrirse más a la realidad del migrante, no solo desde la asistencia puntual, sino desde procesos de integración, formación y acompañamiento. Reconocer al migrante como hermano es el primer paso para construir comunidades verdaderamente inclusivas y fieles al mensaje de Cristo.

Contemplar al Niño Dios es contemplar al niño migrante, al joven desplazado, a la familia que busca refugio. Desde esta mirada, la Navidad se transforma en una invitación a la conversión personal y comunitaria, a revisar actitudes de indiferencia, miedo o rechazo, y a optar por la hospitalidad, la justicia y la solidaridad. Este tiempo debe recordarnos que la esperanza nace en lo pequeño, en lo frágil, en lo que parece no tener lugar.

Que esta Navidad nos encuentre con el corazón abierto, capaces de reconocer a Cristo en el rostro del migrante y del refugiado, y dispuestos a caminar junto a ellos, construyendo juntos un futuro donde la dignidad y la esperanza tengan siempre un lugar.

Fernanda Vasco
Oficina Salesiana de Comunicación

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