En el marco de la celebración de los 150 años de la primera expedición misionera salesiana, miramos con gratitud y esperanza el camino recorrido por quienes han hecho de la misión un estilo de vida.
Para el P. Marco Díaz, SDB, decir «sí» a la misión ad gentes fue una respuesta que se fue gestando desde la formación inicial de su camino vocacional, y que terminó marcando más de treinta años de su vida en África. «Las experiencias misioneras que viví en Ecuador y luego en el Teologado de México despertaron en mí ese impulso misionero», recuerda. A ello se sumó el acompañamiento decisivo del P. Pascual Chávez, Rector Mayor Emérito, quien lo animó a dar el paso definitivo.
Ordenado sacerdote en 1994, su envío a África llegó poco tiempo después, casi de manera inesperada. «Fue un golpe fuerte, dejar todo, irme sin saber exactamente a dónde iba, pero puse mi confianza en Dios y recordé las expediciones misioneras de Don Bosco», comparte. Desde 1996 hasta 2024, el padre Marco vivió su misión en varios países de África Occidental —Guinea, Togo, Benín, Costa de Marfil y Camerún— en contextos mayoritariamente musulmanes.
El encuentro con nuevas culturas y realidades humanas marcó profundamente su camino. «Descubrí que todos somos los mismos: sabemos amar, perdonar, tenemos esperanza, aunque vivamos la fe de manera distinta», afirma. Vivir como minoría cristiana le exigió una conversión personal, aprender a vivir con lo esencial y reconocer a Dios presente en la diversidad de sus hijos.
Desde la opción salesiana, la misión se tradujo en educación y acompañamiento. «Aprendí a ser educador antes que cualquier otra cosa», señala. La presencia salesiana se fue construyendo desde los contextos más vulnerables, apostando por la formación técnica y profesional de niños y jóvenes. «Hoy es una alegría escuchar a jóvenes que, gracias a nuestras obras, se sienten útiles y pueden formar una familia con dignidad».
Así, tras tres décadas de misión ad gentes, el padre Marco tiene la certeza de que la misión no termina con el regreso, sino que se renueva. «La misión me enseñó a confiar, a arriesgarme y a descubrir que Dios siempre va delante». Su testimonio es una invitación viva a no conformarse, a salir de uno mismo y a responder con audacia al llamado de Dios, como lo hizo Don Bosco.
Desde su experiencia, anima especialmente a los jóvenes a no tener miedo de lo desconocido y a dejarse interpelar por el mundo y por la Iglesia: «No sigamos lo que hace todo el mundo; busquemos dar una respuesta distinta». Así, su vida misionera se convierte hoy en semilla para la Familia Salesiana, llamada a seguir transformando vidas con esperanza y compromiso.

Fernanda Vasco
Oficina Salesiana de Comunicación




