Sor María Troncatti: artesana de paz y esperanza para nuestro caminar

¡Una santidad que genera vida con corazón misionero!

En un mundo herido por la violencia, las divisiones y la indiferencia, la vida de Sor María Troncatti irradia como un testimonio vivo de reconciliación, compasión y esperanza. Durante 47 años de entrega misionera, su único deseo fue llevar a todos al encuentro con Jesús. Lo hizo no desde la distancia, sino con cercanía real, ternura de madre, manos sanadoras y espíritu de educadora, insertándose profundamente en la vida de los pueblos que amó, especialmente entre los shuar del Ecuador.

Artesana de la paz y esperanza no es solo un título simbólico: resume fielmente su forma de vivir y servir. En un contexto atravesado por la ley de la selva, donde la venganza era una norma cultural y la violencia, una herencia ancestral, Sor María fue puente entre culturas, sanadora de cuerpos y corazones heridos, sembradora incansable de perdón, justicia y Evangelio. A través de cada gesto, tejía humanidad.

Profundamente conmovida por la desigualdad y el abuso que sufrían los pueblos originarios, alzó su voz con valentía profética en defensa de los derechos de los shuar, sin excluir por ello a los colonos. Entendía que la paz verdadera solo se construye cuando nadie queda fuera, cuando todos son reconocidos en su dignidad. Fue mujer de diálogo, sembrando especialmente en las mujeres la semilla de un mundo nuevo: más justo, fraterno e inclusivo.

Su amor se expresaba en obras concretas. Fundó el Hospital Pío XII, donde todos, sin distinción de raza ni condición social, eran atendidos con igual dignidad. Promovió la convivencia pacífica entre jóvenes shuar y colonos en escuelas e internados, convencida de que la educación era clave para erradicar la violencia y abrir caminos de respeto mutuo. Su vida fue un constante entrelazar de gestos sencillos, pero profundos: tejía ropa para los pobres y, sobre todo, vínculos entre pueblos enfrentados, creando puentes donde otros levantaban muros.

El punto más alto de su entrega llegó en 1969, cuando estallaron nuevas tensiones entre los shuar y los colonos por la tierra. Mientras otros elegían el silencio o el miedo, Sor María se ofreció a Dios como víctima de reconciliación. Su vida se fundamentaba en el Evangelio: «Nadie tiene mayor amor que este: dar la vida por sus amigos» (Jn 15, 13). Con su presencia, logró detener una espiral de violencia inminente, tocando los corazones endurecidos por el rencor.

El 25 de agosto de 1969, murió trágicamente en un accidente aéreo. Sin embargo, su misión no terminó con su muerte. Su memoria se convirtió en semilla fecunda que impulsó a shuar y colonos, conmovidos por su entrega, a retomar el camino del perdón y la convivencia. Aquel arcoíris que permaneció en el cielo hasta el momento de su entierro fue leído por todos como un signo de reconciliación entre el cielo y la tierra, entre dos pueblos que habían aprendido, a través de ella, a convivir con respeto.

Hoy, al ser proclamada Santa por la Iglesia, María Troncatti nos impulsa a caminar como artesanos de paz y esperanza, con corazón misionero. Como nos recuerda el Papa Francisco, la santidad no consiste en gestos extraordinarios, sino en mucho amor vivido cada día. Sor María lo vivió con alegría sencilla y la pasión misionera que solo Dios puede dar.

Su vida fue y continúa siendo un Magníficat encarnado: canto de gratitud, alabanza profética y anhelo de los pobres. En el testimonio de nuestra santa, animémonos a abrir el corazón a la gran Esperanza y a caminar, como ella, con la gracia y la audacia del Evangelio.

Sor Lupe Erazo, FMA
Inspectora de las Salesianas en el Ecuador

Fuente: Boletín Salesiano 452

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