«Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción»

Para muchos ser joven es únicamente un periodo entre la adolescencia y la edad adulta, para otros, es una fase transitoria de la niñez al ser adulto, y para algunos es una etapa de rebeldía, desenfreno y obstinación. Todas estas definiciones anteriores tienen algo de cierto, por lo que podríamos definir a la juventud como una etapa de descubrimiento, construcción de identidad y cuestionamiento del mundo que nos rodea. Es un momento en el que las ideas surgen con fuerza, la inconformidad se convierte en motivación y la esperanza de un futuro mejor, está intacta. En ese sentido, la etapa de la juventud tiene ese impulso natural de transformar, de soñar con algo distinto, de no aceptar las cosas “como son”. Por eso, ser joven y no ser revolucionario (en acciones o en ideales) es en efecto, una contradicción.

En un discurso hacia los estudiantes universitarios, el expresidente chileno Salvador Allende, argumenta que ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica. Esto no se interpreta literalmente como una contradicción biológica en sí misma, sino más bien como una metáfora para expresar el instinto natural de la juventud con el espíritu revolucionario y la transformación social. Los rebeldes no ocasionan problemas, los problemas ocasionan rebeldes, y en un mundo tan lleno de irregularidades como es el nuestro, es casi imposible que no exista ningún avistamiento de rebelión.

Actualmente, esas ansias de justicia nos han sido arrebatadas por el mismo sistema que un día creímos haber derrotado, ese deseo por ser diferentes y hacer un cambio se ha visto disfrazado por una libertad controlada, en la cual todos creemos ser distintos en una realidad amoldada. Y aunque la pasividad puede llegar a ser cómoda, es muy peligrosa, especialmente en un mundo con una desigualdad creciente que afecta a millones de personas. Hoy, muchos jóvenes vivimos atrapados en la rutina, anestesiados por el entretenimiento rápido; nos ha hecho indiferentes, ante los problemas que ocurren fuera de nuestra burbuja. Esta actitud lejos de ser inofensiva mantiene intacto un sistema que necesita ser cuestionado para transformarse.

Cuando la juventud, que es sinónimo de energía y cambio, se vuelve apática, se pierde una de las fuerzas más poderosas para construir un futuro distinto. Cuando la juventud se vuelve insensible, el dolor ajeno se normaliza, la injusticia se convierte en paisaje y el miedo al qué dirán se impone sobre la necesidad de actuar. Entonces el mundo envejece, no por los años, sino por la falta de voces que lo desafíen. Callarse no es neutralidad: es complicidad. Y en tiempos de crisis, la indiferencia también es una forma de rendirse.

Sin embargo, frente a esa pasividad, también existen jóvenes que eligen el compromiso como forma de agresividad. Ser un joven revolucionario no es sinónimo de ser violento. La verdadera revolución no siempre se da en las calles con gritos o pancartas; también se construye en el silencio del servicio y en la decisión de vivir con el propósito de ayudar a los demás.

La Iglesia, y especialmente la comunidad salesiana, ha demostrado que es posible transformar la sociedad desde el amor, la fe y la acción solidaria. Sus organizaciones juveniles alrededor del mundo han enseñado que una revolución también puede surgir desde el aula, desde el barrio, desde la parroquia o desde la familia, cuando se elige el bien común por encima del individualismo. Don Bosco, con su entrega total a los jóvenes más pobres, fue un revolucionario de la educación y del corazón; él creía que el cambio social empieza por formar “buenos cristianos y honrados ciudadanos”. Siguiendo el ejemplo de Jesús —quien fue, sin duda, uno de los más grandes revolucionarios de la historia—, ser revolucionario hoy es comprometerse con la justicia social, levantar la voz por quienes no son escuchados y sembrar esperanza donde otros solo ven resignación.

Ser joven hoy es un privilegio y una responsabilidad. Es estar en una etapa de la vida donde el deseo de cambiar el mundo aún late con fuerza. Ser revolucionario no implica destruir, sino construir; no es gritar por gritar, sino actuar con conciencia, justicia y valentía desde donde uno esté, motivado por la empatía y el amor.

En un mundo que constantemente nos invita a callar, a conformarnos o a mirar hacia otro lado, ser joven y mantenerse sensible y comprometido ya es un acto revolucionario. Porque cuando la juventud abraza su cualidad transformadora, no solo sueña con un mundo mejor, sino que lo empieza a construir. Y eso, más que una contradicción, es una poderosa verdad.

“Les pido que sean revolucionarios, que vayan contracorriente; sí, en esto les pido que se rebelen contra esta cultura de lo provisional, que, en el fondo, cree que ustedes no son capaces de asumir responsabilidades, que no son capaces de amar verdaderamente. Yo tengo confianza en ustedes, jóvenes, y pido por ustedes. Atrévanse a ‘ir contracorriente’. También tengan la valentía de ser felices”. (Discurso del Papa Francisco en encuentro con los voluntarios de la JMJ Río 2013, 28 de julio de 2013)

Autor:
María Figueroa Estupiñán (Miembro Investigador del CIRC)
Asesor:
MSc. Elio Ramírez Rubira (Director del CIRC)

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