Tres historias de mujeres emprendedoras en Machala gracias al proyecto «Fortaleciendo sueños»
En la ciudad de Machala, la historia de tres mujeres: Yoselin, Ildenis y Denice resalta como un ejemplo de resiliencia y superación. Gracias a los talleres gratuitos de formación artesanal en belleza y gastronomía que brinda la Parroquia Eclesiástica Nuestra Señora de la Merced de Machala, ellas no solo adquirieron nuevas habilidades prácticas, sino que también lograron iniciar un pequeño emprendimiento o hacer crecer su negocio para contribuir a los ingresos familiares.
El grupo prioritario de estos talleres, que se ejecutan gracias al apoyo y financiamiento de la Fundación ADEY y Misiones Salesianas, son las mujeres y la población migrante como es el caso de Yoselin Pérez e Isyelis Leal. Ellas, tras abandonar su país en búsqueda de un futuro mejor, encontraron en Machala una oportunidad para reconstruir sus vidas.
En el caso de Machala, la inclusión socioeconómica de estas mujeres ha sido facilitada por programas de capacitación como los que impulsa la comunidad salesiana de Machala. Los talleres de belleza y gastronomía, que se imparten de martes a jueves, han sido cruciales para que las tres mujeres comiencen a trabajar de manera independiente o brinden una mayor variedad de productos, gracias a los fondos rotatorios recibidos. Este dinero es invertido en materiales o equipos necesarios para la actividad a desarrollar.
Las cifras de empleo en Machala reflejan una tasa de desempleo del 4.5% en el último trimestre, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC). Aunque esta cifra muestra una leve mejora con respecto al año anterior, el mercado laboral sigue siendo competitivo y limitado. Sin embargo, el emprendimiento de estas tres mujeres se ha convertido en un rayo de esperanza, no solo para ellas, sino también para la comunidad que reconoce y valora su esfuerzo.
A continuación, se comparte el testimonio de cada una de ellas que son el reflejo de cómo la formación y el emprendimiento pueden transformar vidas. A pesar de los desafíos del mercado laboral y las barreras que enfrentan por la situación económica del país, estas mujeres han encontrado una manera de prosperar. Su experiencia destaca la importancia de programas de apoyo y capacitación para mujeres y migrantes.
Yoselin Pérez – migrante venezolana
Taller de Belleza
Hace seis años, Yoselin viajó siguiendo los pasos de su esposo, quien llegó a pie a Ecuador tras estar varios meses en Colombia. Cuando llegó a Machala trabajó en una carpintería y como mesera en un restaurante donde ganaba diez dólares diarios. Tras quedar embarazada de su segunda hija, se dedicó a los oficios del hogar.
La economía familiar depende exclusivamente de los ingresos de su esposo, quien se dedica a la construcción. Sin embargo, Yoselin comenta que la situación económica se ha vuelto más difícil en los últimos meses, haciendo que el dinero no alcance para los gastos del hogar. Es por ello que tomó la iniciativa de apoyar a su esposo primero iniciando un negocio de venta de humitas y tamales, y luego se enteró del taller de belleza. «Siempre me gustó hacer cejas y pestañas desde niña», comenta Yoselin.
En el tiempo de formación, ella aprendió a realizar cortes de pelo, maquillaje, colocación de pestañas, uñas y otros servicios relacionados con la belleza. A pesar de las dificultades iniciales debido a la falta de materiales y dinero, comenzó con una pequeña inversión de veinte dólares o haciendo pequeños trabajos a sus familiares y conocidos.
Tras culminar el taller, ella fue beneficiaria de los fondos rotatorios con los cuales adquirió varios equipos y productos. Actualmente, ofrece servicios de planchado de cabello, aplicación de keratina, cejas y pestañas, además de vender productos cosméticos para complementar sus ingresos. «Me siento contenta después del curso porque puedo ayudarle a mi esposo con algo de ingresos».
Ildenis Leal – migrante venezolana
Taller de Gastronomía
Ildenis llegó a Ecuador hace cinco años a través de las trochas, escapando de la crisis económica en su país. Junto a su esposo y dos hijos, de 8 y 22 años, se estableció en Machala, donde enfrentó grandes dificultades al principio. Para sobrevivir, limpiaba casas y trabajaba horas extras. La pandemia complicó aún más la situación, pero Ana no se rindió.
Ella decidió emprender por necesidad y comenzó vendiendo hamburguesas de escuela en escuela con una carreta alquilada. Con el tiempo, pudo comprar un carrito propio y luego una carreta más grande. Hace tres meses, logró alquilar un local donde trabaja con su familia en la venta de comida rápida venezolana y ecuatoriana.
Su amor por la cocina y su deseo de aprender más sobre los platos típicos ecuatorianos la llevaron a participar en el taller de gastronomía. Allí, aprendió conocimientos esenciales no solo en cocina, sino también en atención al cliente, manejo administrativo, higiene y manipulación de alimentos. «Estoy muy agradecida por todo lo que aprendí en este lugar».
Ella recibió el fondo rotatorio y adquirió un horno para diversificar los productos que brinda a sus clientes. Su objetivo ya no es solo vender por las noches, sino ofrecer desayunos y almuerzos para poner en práctica lo aprendido y generar más ingresos para su familia. «Mi sueño es ampliarme, poder atender más clientes, dar empleo a personas y en un futuro poner otra sucursal».
Denice Ramírez – ecuatoriana
Taller de belleza
Impulsada por el deseo de ayudar a su esposo y mejorar la economía familiar, Denice decidió ampliar sus conocimientos tras enterarse del curso de belleza en la Parroquia Nuestra Señora de la Merced. Junto con su sobrina, ya ofrecía servicios básicos de belleza a domicilio, pero su objetivo era ampliar estos servicios. «Antes ya hacía uñas, cortes de cabello y depilaciones, pero quería aprender más», comenta Denice, quien hasta hace un año se dedicaba a ser ama de casa.
«Lo que más me gustó del curso es que nos motivan a emprender y siempre están pendientes de que podamos poner en práctica lo aprendido», señala. Durante la capacitación, Denice aprendió técnicas de depilación y colocación de pestañas, y recibió orientación sobre cómo manejar su negocio, incluyendo la planificación financiera y la rentabilidad de los productos.
Gracias a la ayuda recibida, que incluyó un fondo de 300 dólares para adquirir materiales como esterilizador, esmaltes, keratina y una máquina para tratamientos de plasma, Denice siente que está cada vez más cerca de su sueño de tener su propio spa. «Mi meta es montar un spa y trabajar junto a mi esposo, para que él pueda dejar su trabajo actual, que es muy peligroso», explica.
Cristian Calderón
Oficina Salesiana de Comunicación