Los jóvenes y la pared invisible que nos mantiene separados

A veces, caminar por los pasillos de la escuela se siente como atravesar un mundo hecho de miradas fugaces y pantallas brillando; todos estamos ahí, conectados a mil cosas y, al mismo tiempo, desconectados de lo que pasa a nuestro alrededor. Da la impresión de que nada nos afecta, pero muchas veces preferimos no mirar; es como si usáramos un escudo, un mecanismo de defensa para evitar emociones incómodas o el peso de la preocupación por otros. El verdadero problema aparece cuando esa barrera se vuelve parte de nuestra vida diaria y nos acostumbramos a vivir en la distancia.

No hace falta esperar a que pase algo grande para darnos cuenta de lo lejos que estamos unos de otros; basta con notar cómo, si alguien está pasándola mal, lo más fácil es mirar el teléfono o «hacerse el ocupado». No siempre es por falta de interés; muchas veces es miedo, inseguridad o no saber cómo acercarse. Sin embargo, ese silencio, aunque parezca inofensivo, le abre las puertas a la soledad y hace que, poco a poco, se instale entre nosotros.

Creo que todos hemos sentido que lo que nos rodea avanza tan rápido que cuesta encontrar motivos para involucrarse; no es que no nos importe, pero el ruido, la rutina y las distracciones nos hacen creer que nada cambiará con nuestras acciones. Sin embargo, existen espacios que logran despertarnos; para mí, el Club de Investigación para la Redacción Científica (CIRC) ha sido uno de esos lugares.

En el CIRC descubrí que no hay que ser un experto para intentar cambiar algo; aquí no solo escuchamos, sino que participamos. Dejas de ser uno más y te animas a preguntar, a buscar respuestas y, sobre todo, a compartir lo que piensas; el trabajo en equipo nos enseña a escuchar otras ideas, a entender que nuestras inquietudes no son tan raras y a perder el miedo a levantar la mano para dar nuestra opinión.

Como estudiantes salesianos de la Unidad Educativa Fiscomisional María Auxiliadora de Esmeraldas, no trabajamos solos; contamos con el acompañamiento de nuestras autoridades y del Departamento de Pastoral que nos impulsan a vivir los valores salesianos en cada proyecto. La solidaridad se refleja cuando organizamos campañas de ayuda para familias en necesidad; la alegría se vive en las visitas a comunidades vulnerables, donde compartimos no solo víveres, sino también palabras de ánimo y momentos de fraternidad; el compromiso se demuestra en actividades como la recolección de útiles escolares para niños de escasos recursos, o en la participación activa en eventos comunitarios que buscan promover la paz y el respeto.

Estos gestos, aunque parezcan pequeños, son parte de una reconstrucción más grande: la de los lazos humanos y el sentido de comunidad. Desde el CIRC, aportamos investigando y comunicando lo que ocurre, dando visibilidad a problemas que muchas veces pasan desapercibidos; desde la pastoral y el ejemplo de nuestros maestros, aprendemos que servir a los demás no es una obligación, sino una oportunidad para crecer como personas y como hermanos.

No todo depende de grandes discursos ni de salvar el mundo en un solo día; los cambios reales empiezan con cosas sencillas: un saludo, una conversación sincera o simplemente sentarse junto a alguien que suele estar solo. Incluso la tecnología, que a veces nos aísla, puede servir para unirnos; podemos usarla para coordinar reuniones, invitar a otros a participar en actividades de servicio o difundir iniciativas que busquen el bien común.

Con el tiempo, he comprendido que reservar momentos para estar realmente presentes —apagar el celular y escuchar de verdad a los amigos, ofrecer nuestra atención a quien lo necesita— puede marcar una gran diferencia; la indiferencia no desaparece de un día para otro, pero se debilita cuando alguien rompe el silencio para ayudar o acompañar.

No necesitamos esperar a que alguien más decida actuar; cada uno de nosotros puede dar el primer paso. Si nos atrevemos a cruzar esa barrera invisible, no solo seremos protagonistas de nuestra historia, sino también de la de quienes nos rodean; el CIRC y el espíritu salesiano nos muestran que siempre hay una puerta abierta para hacerlo, y sinceramente, vale la pena animarse a cruzarla.

Autor: Martín Charcopa Espinoza, miembro investigador del Club de Investigación para la Redacción Científica (CIRC)
Asesor: Msc. Elio Ramírez Rubira, director y fundador del CIRC

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